e Ilià Repin (1877)
Cuando un escritor comienza a trabajar en una
nueva obra lo más normal es que gran parte de
las penas y alegrías que protagonicen sus
personajes salgan directamente de su propia
experiencia vital. Luego están los que aunque
describen con todo lujo de detalles atroces relatos
y aventuras trepidantes nunca han vivido más
sobresalto que los derivados de la vida conyugal
pasando la mayor parte de sus días escribiendo
apaciblemente junto a la chimenea. Y por último,
nos encontramos con aquellos que por una
fatídica maldición o, simplemente, por capricho
del destino se vieron obligados a repetir
los errores que ya anteriormente alguno de
sus personajes cometieron en la ficción.
Alexander Sergievich Pushkin fue uno de ellos.
Pushkin por Vasili Tropinin en 1827
Descendiente por vía materna de un príncipe
abisinio, ni más ni menos, el rostro del escritor
aún conservaba algunos rasgos de su antepasado:
los gruesos labios, la piel más morena de lo
habitual y el pelo ensortijado. La juventud de
Pushkin estuvo llena de acontecimientos
relacionados la mayoría de las veces con las
mujeres o con la política pero que, a pesar del
tiempo empleado en bailes, duelos y exilios, le
permitieron encontrar la suficiente tranquilidad
como para crear una cantidad de obras
verdaderamente asombrosa.
La insurrección del 14 de diciembre de 1825 tras la muerte
de Alejandro I llevó a cinco de los implicados a la horca.
Pushkin a pesar de simpatizar con la causa no fue juzgado.
En la imagen dibujos de los "decembristas" realizados por
el escritor ruso.
A finales de 1836 la vida del escritor le sonreía
de la forma más favorable. Casado con una de
las mujeres más hermosas de Rusia, Natalia
Goncharova, su prestigio iba en aumento y tras
la subida al trono del zar Nicolás I comenzó una
rápida ascensión por lo más selecto de la alta
sociedad petersburguesa dejando atrás las penurias,
censuras y persecuciones sufridas durante el
gobierno del anterior zar Alejandro.
La bella Natalia Goncharova
Sin embargo lo que más amaba era precisamente
lo que más torturaba su existencia. Admirada por
todos, incluso por el mismo zar que con tal de que
Natalia pudiera asistir a los bailes de corte concedió
a su marido el más ridículo de los títulos, Pushkin
no tardaría en ser centro de comentarios, envidias
e intrigas de todo tipo. A esto se unía el gasto tan
desorbitado que su nuevo tren de vida acarreaba:
bailes y banquetes, joyas y vestidos, y no sólo para
ella pues sabido era en todo San Petersburgo el gusto
por la moda del poeta así como su gran afición
por el juego.
Y el apuesto George d'Anthès
Por entonces el destino quiso que un guapo oficial
francés que parecía sacado de la mismísima
“Guerra y Paz” apareciera exiliado en San
Petersburgo dispuesto a complicar aún más la
situación. El joven barón George d’Anthès, aunque
de humilde origen, sin embargo comienza una
fulgurante vida política gracias al barón Heeckeren
que no sólo le acoge bajo su protección sino que
acabaría adoptándolo como único hijo y heredero.
Ya sé que todos estáis imaginando ya el perfecto
triángulo pasional. Pues casi. Lo cierto es que desde
un principio d’Anthès queda prendado de la belleza
de Natalia aunque un primer amago de duelo hace
que desvíe sus galanteos a la hermana de ésta, Katerina.
La vida matrimonial parecía no estar hecha para el
galán francés quién viendo en peligro su prestigio
como seductor no tardó en volver a la conquista de
la bella Natalia. Por entonces un humillado y
endeudado Alexander parecía cada vez más metido
en su papel de Lensky esperando tan sólo a que
Onieguin, esta vez bajo el aspecto de un dandy francés,
hiciera su definitiva aparición. Tan sólo hacía falta
un pequeño y novelesco detalle: una carta.
El anónimo iba dirigido a Pushkin con el más
adecuado de los encabezamientos: “al señor Pushkin,
Diputado Gran Maestro e Historiógrafo de la Orden
de los Cornudos”. Llevado por la rabia y de manera
un tanto absurda, como suele ocurrir en estos casos,
Alexander dirige su cólera contra el barón Heeckeren
en una carta plagada de ofensas y de insultos.
Algunas comentarios insinúan la posibilidad de que la
relación entre d’Anthès y su protector fuera mucho
más allá de la puramente paterno-filial (posiblemente
Pushkin le hiciera al barón alguna insinuación al
respecto), de manera que el anónimo habría sido
enviado por alguien que deseaba dañar más la
reputación de ambos que la del propio Pushkin.
Pero para para nuestro escritor ya era demasiado tarde.
Había caído en la trampa y no pensaba echarse atrás.
Una mañana del 27 de enero de 1837 caía herido cerca
del “arroyo negro” a las afueras de San Petersburgo.
No era el primer duelo que disputaba aunque sí el
último. Dos días más tarde moría.
Mientras nuestro joven escritor perdía la vida con tan
sólo 38 años su cuñado y rival d’Anthès comenzaba
una exitosa carrera pública que le llevaría de regreso
a París donde moriría a la edad de 83 años. Me cuesta
trabajo creer, aunque parece cierto, que otro gran escritor,
Alejandro Dumas, se basara en el nombre del oficial
francés para nombrar al protagonista de su más famosa
novela: “El conde de Montecristo”. ¡Bonito homenaje
para el escritor ruso que más admiró la literatura
francesa! Pero, qué le vamos a hacer, así se escribe
la Historia.
AUDIO
Para escribir el capítulo 2 he incluido algunos
fragmentos del “Onieguin” de Pushkin donde
aparecen los mismos versos que el pobre Lensky
canta en la ópera homónima de Tchaikovsky.
Neil Schicoff y Thomas Allen cantan bajo la batuta
de Levine.
fragmentos del “Onieguin” de Pushkin donde
aparecen los mismos versos que el pobre Lensky
canta en la ópera homónima de Tchaikovsky.
Neil Schicoff y Thomas Allen cantan bajo la batuta
de Levine.
Para el capítulo 3 más ópera de Tchaikovsky con
texto de Pushkin, en este caso dos fragmentos de
“La Dama de picas”. En el primero, uno de los
momentos más intensos de toda la ópera, la patética
súplica de Hermann cantada por Sergei Larín y, en el
segundo, la maravillosa aria de Yeletsky cantada, como
nadie sabe hacerlo, por Dmitry Hvorostovsky. A la
derecha, en la selección del YouTube, se puede ver la
escena completa de Hermann con Plácido Domingo.
2 comentarios:
Me he vuelto a deleitar . Qué buen despertar a las 8,35 a.m.!
Por cierto, cuando lo estaba leyendo pensé en el conde de montecristo, no me figuraba que era un homenaje, sino una casualidad.
Ponte bueno y no dejes de escribir, pero deja un huequito para tu amiga .Besos
Condesa, siempre tan fiel. Creo que como siga siendo mi única colaboradora acabaré por cambiarle el nombre al blog.Gracias.
Aunque mi alegría es hoy doble:
¡tengo un visitante ruso!
¡qué más puedo pedir!
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