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“Te he dicho cien veces que ese asunto está ya más que
hablado”. Apenas había comenzado el tercer vals cuando
parándose en seco en medio de la pista y soltando a su
pareja de baile dejó que su voz sonara por encima de la
de los músicos. “Pero, tienes que decírselo o…¿cuánto
tiempo piensas que podemos seguir así?” Replicó su
acompañante. Ahora plantados en mitad de la sala y
ajenos a la música discutían y gesticulaban mientras
soportaban los empujones del resto de los bailarines.
Ella viendo lo estúpido del momento salió corriendo
hacia la terraza. Él poco tardó en alcanzarla.
“Si se entera…su corazón ¿sabes? no lo soportaría,
está tan enfermo” Trató de justificarse mientras temblaba.
Ya se sabe, en Tobelbad las noches de agosto
anuncian que el otoño no tardará en llegar. “Venga,
volvamos. Hace frío y, por cierto, ¿el médico no te recetó
diez bailes cada noche?”dijo él con cara de crío. O al
menos eso era él para ella, un crío. No tanto por sus
veintisiete años, tres menos que ella, sino porque a su
lado sentía que sus últimos años los había compartido
con un anciano. Le miró con ternura mientras le
colocaba el índice sobre los lábios: “calla, bobo”. Caminaron
por el jardín mientras a lo lejos se oía la polka que tan
buenos momentos les había hecho pasar en el balneario.
Mientras paseaban ella le contó el encuentro de Gustav con
un médico que estaba de moda, un tal Freud, y de como su
marido hablaba de no se qué fijación maternal hacia con ella.
“Pero, ¿se lo dirás?” volvió a repetir él. “Oh, ¡por Dios! Walter,
quieres parar de una vez con eso”. “Vamos, Almschi querida…”
no pudo terminar la frase. La mirada verde y fría de Alma se
clavó en la suya mientras la voz con la amargura del
remordimiento dijo: “nunca más vuelvas a llamarme así”.
Alma con su madre y su hermana Grete en 1893
Alma en 1909
Walter Gropius en 1907
Habían pasado más de ocho años desde que Gustav y Alma
se vieran por primera vez y nada para entonces era ya igual.
A pesar de los éxitos y del reconocimiento mundial al genio
del músico en 1910 el distanciamiento entre la pareja era
una realidad.
Aún estaba muy reciente la trágica muerte de su hija María
en 1907 de cuya pérdida Mahler nunca llegaría a recuperarse.
Este gran vacío unido a la obsesiva dedicación por el trabajo
y a los cada vez más frecuentes problemas de salud del músico
habían ido poco a poco enfriando la pasion que Alma sintiera
un día por él.
Mahler y su hija María ("Putzi") en 1905
En el verano de este año Alma decide viajar al balneario de
Tobelbad mientras Gustav da los últimos retoques para el
estreno de su última sinfonía que tendrá lugar en Munich a
principios de septiembre. Allí conoce a Walter Gropius, uno
de los fundadores de la Bauhaus, con el que comienza un
apasionado romance.
Sin embargo, el amor que Mahler siente apenas ha variadoprincipios de septiembre. Allí conoce a Walter Gropius, uno
de los fundadores de la Bauhaus, con el que comienza un
apasionado romance.
desde que en el verano de 1906 compusiera la obra de la que
ahora, y con la misma pasión que entonces pusiera para su
creación, prepara el estreno.
Mientras Alma vuelve a vivir el amor en los brazos de otro
hombre Gustav escribe por primera vez sobre el encabezamiento
de una obra suya la siguiente dedicatoria:
“Meiner lieben Frau Alma Maria”
(“A mi querida esposa Alma María”)
Al año siguiente, en 1911, fallecería Gustav Mahler que aunque
conocedor en todo momento de la aventura que su mujer
estaba viviendo con Gropius, fue el propio Walter quién por carta
y ante el estupor de Alma le reveló la relación que mantenían,
siempre fue consciente de que nunca podría ofrecerle a su mujer
ni la sensualidad ni la sexualidad que ella, con apenas treinta y un
años, necesitaba.
Gustav Mahler en 1905
Palabras escritas por Mahler sobre el manuscrito de su décima sinfonia:
“¡por ti vivo!, ¡por ti muero!, ¡Almschi!
Más palabras para Alma, ahora en el Scherzo II (4º movimiento):
Du allein weist was es bedeutet. Ach! Ach! Got! Leb'wol mein
Saitenspiel! leb'wol leb'wol leb'wol -- Ach wol. Ach Ach.
Tú sola sabes lo que significa. ¡Ah! ¡Ah! ¡Dios!
¡Adiós mi lira! adiós, adiós--Ah, bien. Ah, Ah.
Alma con las pequeñas María y Anna en 1905
Gustav, Alma y Anna en 1910
Alma y Anna en 1912
Alma y Walter Gropius, ya casados, y con la hija de ambos, Manon, en 1918
“Intenta imaginar todo el universo en círculo y resonando.
No hay voces humanas, tan sólo planetas y soles en un
continuo girar.”
Estas palabras de Mahler acerca de su octava sinfonía
bien podrían ser aplicadas a cualquiera de las demás obras
que completan su producción. Pero es concretamente en ésta
donde el complejo cosmos de Mahler se aleja en cierto modo del
panteísmo habitual para adentrarse en lo puramente musical.
De esta forma parece que el compositor quiera hacer un compendio
de toda la tradición musical europea desde sus orígenes como
homenaje a los grandes maestros del pasado: polifonía del
renacimiento, en el primer movimiento pasando por Bach hasta
llegar a los grandes oratorios y a la ópera del XIX, que tantas
veces dirigiera en la Hofoper de Viena, en el segundo.
Imagen tomada en Munich en 1910 durante uno de los ensayos para el
estreno de la octava
La octava sinfonía de Gustav Mahler es probablemente el
más grandioso homenaje que un artista haya hecho jamás
por amor a una mujer.
Ya vimos algo parecido en UN REGALO DE NAVIDAD,
pero aquí las modestas proporciones empleadas por Wagner
en su "Idilio" se desbordan hasta extremos desconocidos hasta
entonces: ocho voces solistas, dos coros mixtos, otro de niños,
gran orquesta y órgano.
Dos grandes bloques integran la partitura: El primero un canto
al espíritu y al poder creador del artista, basado en el himno
“Veni, creator spirtus”, mientras que el segundo y más extenso
supone una alabanza de lo femenino basada a su vez en la
escena final del segundo Fausto de Goethe.
El poder del genio creador unido al poder del amor encarnado
en la figura de la mujer.
No sabemos cuales fueron las intenciones de Goethe al redactar
su escena final del Fausto. Lo que si es seguro es que al escuchar
el espectacular crescendo final de la octava su corazón acabaría
tan sobrecogido como el nuestro.
CHORUS MYSTICUS:
Alles Vergängliche
Ist nur ein Gleichnis;
Das Unzulängliche,
Hier wird's Ereignis;
Das Unbeschreibliche,
Hier ist's getan;
Das Ewig Weibliche
Zieht uns hinan.
CORO MÍSTICO:
Todo lo perecedero
Es sólo un símbolo;
Lo incompleto,
Se cumple aquí;
Lo inefable,
Se hace realidad;
El Eterno Femenino
Nos lleva hacia lo alto.
GUÍA PARA LA AUDICIÓN:
De todas las muchas versiones que tengo de esta obra
al final he optado por la de Abbado del año 1995 con la
Filarmónica de Berlín. No sé si es la mejor pero, quizá
porque fue la que me dió a conocer la obra, en los momentos
más sublimes es la que más me emociona.
De la hora y media que suele durar su interpretación me
limito al cuarto de hora final. Es suficiente.
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Pista 1. Se inicia con la aparición de la Madre Gloriosa, quien
no es más que la Virgen María convocando a Margarita "a las
más altas esferas". El tenor seguido del coro alaba a la Virgen
con palabras como: Virgen, Madre, Reina, Diosa, etc.
Un pequeño pasaje orquestal (6´16´´), atención al efecto de
la celesta, el piano y el glokenspiel, prepara la entrada del coro.
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Pista 2. El inicio del Coro Místico con el que finaliza la obra
supone todo un ejercicio de virtuosismo dimámico para el
coro. Las habitualmente más de doscientas voces deben
entonar esta especie de coral en el más absoluto pianísimo
(ppp, indica la partitura) y como también indica mahler "como
una exhalación". Atención al minuto 1´50´´, quizá el momento
más sublime de la interpretación, justo cuando las dos sopranos
cantan "Nos lleva hacia lo alto" en el registro más agudo a la vez
que se funden con los clarinetes.
A partir de este momento...el delirio.
2 comentarios:
Has visto Susana, tan pronto montamos un mueble de Ikea como nos ponemos a llorar con Mahler. Que sepas que esta sinfonía la vas a conocer gracias al blog. Disfrútala.
Otra vez me has hecho llorar. Primero con Wagner y ahora......
Junto contigo, sois los tres únicos hombres en el mundo a los que les permito provocar mis lágrimas con esa facilidad.
Me encanta la escena, y es , cierto, digna de O. Wilde.
Sabes que siempre me ha fascinado Alma Mahler, el mundo que la rodeó, sus amantes, maridos , amigos...
Pero creo que , en el fondo lo que me parece más admirable ( y envidiable), como en el caso de Cósima, es el haber sido objeto de inspiración de un AMOR tan profundo , y musas de tan grandes artistas.
En cuanto a la música...
La belleza me deja sin palabras.
Y sí, somos capaces de pasar de la más reconfortante frivolidad al sobrecogimiento más profundo. Eso es lo que nos hace tan especiales.
Absolutamente agradecida y rendida a vuestro diario y a vos.
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