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La verdad es que la noche no podía finalizar de otra forma. No habían transcurrido ni veinte minutos desde que la pobre Cio-Cio San había dejado de padecer y ya estábamos todos entre cervezas y tapas comentando atropelladamente las diferentes incidencias vividas en la representación recién estrenada. El entusiasmo se transmitía de unos a otros entre apretones de manos, besos y abrazos. Ya fueran músicos de la orquesta, miembros del coro o, como un servidor, simples espectadores todos parecíamos estar poseídos aún por el hechizo de la magistral partitura pucciniana. Y es que hacía tiempo que Boccanegra no asistía a una representación tan rebosante de magia, calidad y emoción como la que hemos vivido hace apenas una pocas horas en el coliseo sevillano. Ya iba siendo hora, ¿no?
Aunque para ser sinceros los primeros momentos del espectáculo nada bueno hacían presagiar. Así que durante el primer acto por mi propio bien, y principalmente para poder escapar del "metalenguaje" con el que el señor Mario Gas pretendía torturarme, decidí zabullirme en el foso y dejarme arrastrar por todas las maravillas que desde él brotaban (el foso, sí, ese averno escondido en el subsuelo y que, por ahora, permanece inaccesible a las garras de los directores de escena).
Puede que Butterfly no sea la mejor ópera de Puccini pero con su música aún latente en mis oídos bien podría asegurar que nos encontramos ante su mejor partitura. La orquesta sinfónica de Sevilla dio buena cuenta de ello y llevada por la batuta de un exultante Pedro Halffter exprimió hasta la última gota de todo ese inmenso caudal de colores y sensualidad que rezuma la obra de Puccini. Como ejemplo no puedo evitar el citar todo el inicio del inmenso dúo del primer acto, quizá el dúo de amor más sublime de toda la ópera italiana, y en el que las maderas protagonizaron uno de los momentos más hermosos de la noche.
Llegados a este punto hay que agradecerle a Pedro la valentía, ante aquellos que critican un peso excesivo de la orquesta en un sobredimensionado foso, de ofrecernos una orquesta sinfónica con la plantilla que la música de Puccini exige y no con la que puede resultar más o menos conveniente al pobre volumen sonoro de algunos cantantes.
Foto: Julio Rodríguez
Sin embargo, y aunque Boccanegra pueda dar la sensación de que se deja seducir más por el lado "germano" o sinfónico de Puccini que por el italiano, hay que reconocer que la gran triunfadora de la noche fue, sin lugar a dudas, la soprano Svetla Vassileva. Dotada de gran musicalidad, aunque no de un instrumento especialmente privilegiado, la soprano búlgara no solo es capaz de superar estas limitaciones sino que, gracias a sus más que sobresalientes dotes como actriz, consigue hacer de Butterfly una de las recreaciones más impactantes y sobrecogedoras que hayamos podido presenciar en este teatro. Lástima que Héctor sandoval, aunque muy voluntarioso y a su vez convincente en lo teatral, no estuviese al mismo nivel en su faceta vocal dejándonos una imagen de Pinkerton, papel ingrato donde los haya, un tanto impersonal.
Mucho más éxito, no sin motivo, cosechó un estupendo Ángel Ódena como el sensato Sharpless que nos ofreció junto a la protagonista, en la conmovedora escena de la carta, otro de los grandes momentos de la velada.
¿Qué se podía esperar de la actuación del coro tras su magnífica participación en el Requiem alemán de Brahms? Pues ya se lo pueden imaginar, sencillamente todo un lujo en sus dos breves pero bellísimas intervenciones.
Del señor Gas y de sus
metalenguajes nada voy a añadir, por una vez, que bastante cansado me tienen ya. Además, ¿para qué? Si ya el solito se cuestiona, se justifica y se define:
"Todos los géneros tienen un código y si los traspasas la historia se desvanece. Hay que tener en cuenta cuáles son sus elementos fundamentales para no caer en la patochada"
Ah, y que conste que lo de "patochada" lo dice él. Yo nunca utilizaría ese término para, por ejemplo, calificar el zafio, gratuito y trasnochado ataque antiamericano con el que "ingeniosamente" finaliza la obra.
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De regreso a casa y para bajar el telón definitivamente de una noche tan mágica solo una aparición era posible y así, en la calidez ya plenamente veraniega de la madrugada, se nos apareció con el rostro aún iluminado por el triunfo la diva.
Acompañada por su hija, la de verdad, y por su fiel cónsul, el de mentira.
Broche perfecto para una gran noche de ópera.