jueves, 25 de marzo de 2010

(113) TURANDOT: Teatro de la Maestranza, Sevilla (2) ¿La crítica?

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Al igual que ocurre con cualquier fanático religioso no hay mayor placer para el amante de la música, y de la ópera en particular, que el placer del proselitismo. Yo mismo tengo que reconocer, aunque en la actualidad esté bastante bajo de forma, que durante muchos años esa fue mi gran pasión. Y es que en cualquier situación, ya fuera con mi familia o con mis amigos más cercanos, toda excusa era buena a la hora de lograr adeptos para la causa del momento, ya fuera ésta una ópera de Mozart o alguna otra de Puccini o Wagner.


Ayer asistí al Maestranza para presenciar la cuarta función de Turandot con ganas de pasar un buen rato y, como anuncié unos días atrás, con la intención de hacer una reseña del espectáculo en el blog. Ya sabéis, jugando un poco a ser crítico musical.
Mientras se desarrollaba la representación y muy atento a todo lo que iba sucediendo fui comprobando, no sin cierto asombro, como donde quiera que mirase no existía un solo rincón del teatro. ya fuera el foso, el escenario o las propias butacas del público, donde mi insistente semilla evangelizadora no hubiese germinado. Ellos saben muy bien a qué me refiero.
Y como acompañante en esta noche de ópera, en la butaca de la izquierda, mi madre.


La Sra. Vergara ha sido siempre mi alumna más difícil. Gran amante de la zarzuela nunca he conseguido que compartiera mis gustos por el último Verdi o por los montajes menos convencionales de las óperas del repertorio tradicional (Ayer, sin ir más lejos, me confesó que había perdido la Traviata de Salzburgo –sí, esa de la Netrevko y Villazón- y que poco le importaba si no volvía a aparecer).
Estas últimas semanas le he dejado mi grabación de Karajan para que conociera un poco más a fondo Turandot, y para que se fuera dando cuenta que la ópera de Puccini es algo más que el “Nessun dorma”, y tengo la impresión de que, a pesar de los años transcurridos, mis habilidades mormonas siguen gozando de muy buena salud.
Nada más empezar la función sus continuos cuchicheos cerca de mi oreja me confirmaban su aprobación sobre tal o cual momento y lo acertado de mi cursillo intensivo: que si qué impresionante la voz del tenor (Marco Berti); que si qué maravilla el pianísimo de Liú (Norah Amsellem) al final del “Signore ascolta”…
Hay que recordar que la ópera de Puccini no es una obra fácil para el neófito pero, al igual que años atrás hiciera Mozart con sus conciertos para piano, Turandot sabe encerrar en su interior fragmentos de una calidad excepcional, impresionante fusión de todas las vanguardias de principios del siglo XX, junto a momentos de un melodismo tan popular que hacen que esta ópera sea apreciada por igual por los melómanos más expertos como por el público menos acostumbrado a frecuentar las salas de concierto.
Al instante, tras mis reiteradas protestas ante tanta cháchara y antes de que fuera otro, y no yo, quién la mandara callar, mi madre cambió su sistema de intercambio de impresiones por otro más silencioso aunque no menos contundente: el codazo.


La ópera avanzaba, las escenas se sucedían y la Sra. Vergara, ya asentada en su nuevo sistema telegráfico, continuaba comunicando sus impresiones hablando, claro está, con los codos.

Que lo que sonaba era de su agrado, un pequeño roce con el brazo. Que la emoción le tocaba más adentro, un codazo bastante más contundente. Claro que si la intensidad del momento ya se salía de lo normal el codazo de turno entonces se veía acompañado por un, ahora sí, susurrado: ¡qué bonito, qué bonito!

Entre tanto se producía uno de los momentos más mágicos de la noche cuando Calaf propone a la princesa Turandot adivinar su nombre antes del alba. En toda la cuerda, con el sonido más aterciopelado que se pueda imaginar, se comienzan a intuir las notas del “Nessun Dorma” que posteriormente desarrollará el tenor en su famosa aria del tercer acto. No hace falta decir de qué forma reaccionó mi madre ante la belleza del momento.

Al mismo tiempo, mientras sentía el brazo de mi madre junto al mío, pude comprobar como a mi alrededor la ceremonia era repetida en muchas butacas del teatro. Las parejas se miraban, se llamaban la atención, dando muestras de haber reconocido aquello que no esperaban escuchar hasta el siguiente acto. Momentos como este son los que hacen de Turandot una ópera tan singular.

La magia de la representación fue creciendo en el último acto y hasta el tan criticado final de Alfano llegó a conmoverme contagiado por el general entusiasmo y, como no, por los últimos codazos de mi madre acompañados, ahora en un tono más elevado, por los consabidos:

“¡Qué bonito, qué bonito!”


A la salida todos mis “prosélitos” me esperaban impacientes por conocer mi impresión e interesados por saber cuándo aparecerá la crítica en el blog.
¿Mi crítica? ¿Pero, qué esperan que diga? Que la labor de pedro Halffter concertando a casi doscientas personas, dentro y fuera del escenario, tras varias semanas de ensayos me parece lo suficientemente respetable como para distraerla con las manidas chorradas de siempre acerca del matiz o de los tempi. Que los miembros del coro del Maestranza más que semanas lo que llevan son meses trabajando la obra -¡y a qué horas!- para conseguir el magnífico resultado que todos pudimos disfrutar. Que a todos y a cada uno de los solistas vocales que han actuado en ambos repartos -de un nivel indiscutible, por cierto- si nos ponemos a rebuscar podemos encontrarle su talón de Aquiles.
Para mí, la mejor crítica posible, es la que hizo el público que abarrotaba el Maestranza con su atronadora ovación y sus diez minutos de aplausos.
Para mí, la mejor crítica posible, la hizo ayer mi madre a ritmo de codazos y con muy pocas palabras, no por sencillas menos ciertas, a las que nada se puede añadir:
“¡Qué bonito, qué bonito!”


NOTA:
todas las imagenes son de Julio Rodriguez y las he "tomado prestadas" de su magnífico blog de fotografía A Través del Cristal.

6 comentarios:

Carmen dijo...

Maravilla de representación,Javi que no dices nada delas tortitas de maiz que te zampaste en el intermedio,nada de comentar mundaneces...ejem.
Hacía tiempo que no veía algo así.

Anónimo dijo...

Me encanta la sencillez, rotundidad y sinceridad de tus comentarios. Ha sido un enorme esfuerzo grandemente compensado. Todos estamos muy cansados y con esa extraña contradicción de "Por fin se acaba... qué pena, es la última".
Hoy volveremos a disfrutar de este espectáculo, que cuando se toma en serio, es de lo mejómquehay!!!!

Y mañana.....MISERERE!!!!! (Il lavoro mai non langue dove regna Hilarión!!!)

Te atreves con una entradita nueva de tamaña obra?

QUOOOOONIAM!!!!!

Iñaki.

XS dijo...

Hilarión...Hilarión...Hilarioooooónnn!!!!
Qué bueno!
Bueno, todo se andará.

Condesa Pituccini dijo...

Muchas gracias. A veces hace falta alguien que recuerde que, al margen de la excelencia a la que se aspira, participar del montaje de una ópera como esta, preparar un hermoso concierto, produce tanta emoción al que participa de ello que, para cerrar el cículo, para que su sentido sea completo,necesita que esa emoción sea compartida. Sólo así se produce el hecho mágico, por el cual yo soy lo que soy.

Rafa Gómez dijo...

Javi, ojalá aprendieran de ti todas esas criticonas que se prodigan por la prensa sevillana. Preciosos y muy emocionantes tus comentarios.

Anónimo dijo...

Para cuando una entrada sobre La Traviata??irás a verla??yo voy el día 12 y no puedo esperar!!

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